La vida es eso que pasa llegando a final de mes; vacaciones un fin de semana son el ataúd acorde al PIB.
¿En qué colegio has estudiado? Te falta experiencia para el puesto. ¿Te llamas Michael Jackson? Disculpa, no idolatramos negros. ¿Dónde te gusta meter el rabo? No me digas que eres de ésos. ¿Qué cara tiene dios en tus rezos? Si no habla mi idioma es falso. ¿Y esa barba? ¿Ese piercing? ¿Esos pelos? ¡Un tatuaje! ¡Tapa eso, tapa eso!
La vida es eso que pasa mientras otros revisan, anotan, autorizan cárceles, fronteras, cánceres, mirillas.
Mientras otros huyen, venden, callan, imaginan luces en la costa, en las manos, en los ojos tras esas caras infladas de bótox.
No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele cerrar cualquier libro por su verdad final. Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia, el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par. A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos.
Casi sin darme cuenta, estoy empezando a rechazar moralmente a aquellos que consideran que el reloj marca las dos. En realidad, nunca son las dos. Los rechazo como seres inconscientes, aduladores de la banalidad y cíclicamente hipócritas, a conveniencia periódica.
Los hay que no pueden dejar de fumar, los hay alcohólicos y cada siete días, los hay adictos a la coca, a la heroína, a la próxima forma de evadir o alucinar.
La memoria está poblada a bocajarro. Como aquel vietnamita, como aquel 2 de mayo. Dos formas de enfrentarse, solicitar la certeza del terror: “¡No me mates!”, “¡Mátame!”; dos formas de despedirse, expulsar un ayer definitivo.
Hay quienes cobran la baja mientras trabajan, y quienes trabajan pero nunca cobrarán paro. Hay quienes se dan de alta y no trabajan y quienes son pobres y/o trabajan y/o como esclavos y/o sin contrato.