Hay quienes cobran la baja 
mientras trabajan, 
y quienes trabajan 
pero nunca cobrarán paro. 
Hay quienes se dan de alta 
y no trabajan 
y quienes son pobres y/o trabajan 
y/o como esclavos 
y/o sin contrato. 
Política de empleo 
sin empleados: 
política de intermediario. 
No hay dinero para ideas-migaja, 
pero cada mes se descorcha una tarta 
de cincuenta pisos 
cimentada en facturas falsas. 
Allí anidan los buitres de corbata, 
allá donde mil bocados no destacan. 
Hay quienes trabajan toda su vida 
pero no gastan: ahorran, guardan 
para los hijos de los hijos. 
Hay quienes gastan lo que no ganan 
porque antes se derrocha lo inmerecido. 
¿Qué “empresario” contrata una semana al año? 
¿Cuántos enchufados maman de un autónomo? 
El que más rápido gana 
más invierte en abogados; 
el que más pronto pierde 
más impuestos le ha costado. 
Hay quienes muerden día tras días 
y ocultan los dientes dorados 
entre los cómplices de su mafilia. 
Otros, víctimas y verdugos, 
hartos de mendigar en misa 
pasan el día entre asesinos, 
arrepentidos de robar gallinas.
Casi sin darme cuenta, estoy empezando a rechazar moralmente a aquellos que consideran que el reloj marca las dos. En realidad, nunca son las dos. Los rechazo como seres inconscientes, aduladores de la banalidad y cíclicamente hipócritas, a conveniencia periódica.
Llueve a cántaros. 
La piel es como un cristal. 
Vida en cascada. 
Paisaje y compañía 
dispersos en la memoria. 
El rastro de las caricias sobre 
el vaho de lo inconfesable. 
Los hay que no pueden dejar de fumar, 
los hay alcohólicos y cada siete días, 
los hay adictos a la coca, a la heroína, 
a la próxima forma de evadir o alucinar. 
No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele 
cerrar cualquier libro por su verdad final. 
Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia, 
el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par. 
A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos. 
Ni es 
blanco, negro 
erróneo, eficaz 
propio, ajeno 
mudo, locuaz 
esfuerzo, recreo 
ciego, perspicaz 
pulcro, obsceno 
no es
el amor 
núcleo del ser, 
todo lo demás 
El ángel ya no me mira 
a los ojos a la cara. 
El ángel utiliza cola blanca 
para sus plumas gallináceas para vuelo. 
Ya sé lo que me pasa.
Hube de mutilar ciertas rutinas 
(ruinas) 
excavarme el torácico sueño 
(suelto) 
pero ya lo sé y no hay distancia 
que lo niegue. 
Ya sé qué soy. Y tantas otras. 
Somos diferentes.
La memoria está poblada 
a bocajarro. Como aquel 
vietnamita, como aquel 2 de mayo. 
Dos formas de enfrentarse, 
solicitar la certeza del terror: 
“¡No me mates!”, “¡Mátame!”; 
dos formas de despedirse, 
expulsar un ayer definitivo.