La bala atravesó su cabeza antes incluso de que la gota de sudor o lágrima, no se sabe, impactara contra el suelo.
Antes incluso que el barro.
La palabra escrita, algo más verídica, trató de llegar a tiempo pero se le trastabillaron los dedos entre tanta y tanta tecla y trasvase de pretéritos como argumento.
Se quebró la lluvia antes incluso que el tejado.
Ojalá hubiera conocido el idioma concreto pero el gatillo sólo entiende de silencios por la espalda.
A los hechos me remito ante la duda bajo llave cabe esperar con el rabo entre las piernas contra lo establecido de perdidos al río desde que nací en el brillo de tus ojos entre pasado y futuro hacia tu rostro hasta chocarme
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.