Amante que vuelve a ver la fuente de donde se ausentó, de Francisco de Quevedo | Poema

    Poema en español
    Amante que vuelve a ver la fuente de donde se ausentó

    Aquí la vez postrera 
    vi fuente clara y pura, á mi señora, 
    de esta verde ribera 
    reverenciada por Diana y Flora; 
    aquí dio á mi partida 
    lágrimas de piedad en largo llanto; 
    aquí al dejaría mi dolor fué tanto, 
    que mostró el corazón dudosa vida; 
    aquí me aparté de ella 
    con paso divertido y pies inciertos, 
    heme hurtado á mi estrella, 
    vuelvo á la soledad de estos desiertos, 
    todos los veo mudados, 
    y los troncos que un tiempo llamé míos, 
    de sus tiernas niñeces olvidados, 
    huyendo de mirarse en estos ríos, 
    que los figuran viejos, 
    en el agua aborrecen los espejos. 
    No ya como solía, 
    halla en las ramas al bajar al llano, 
    verdes estorbos el calor del día, 
    muy de paso visita aquí el verano, 
    los troneos ya desnudos, 
    sepultados en ocio yacen mudos, 
    de este monte á los ecos, 
    y á las deidades santas, 
    la araña sucedió en los robles huecos. 
    Rocas pisadas de mortales plantas 
    fatigan esta arena, 
    mucho le debes fuente á la verbena, 
    que sola te acompaña; 
    ¡qué pobre de agua tu corriente baña 
    la tierra que dio flores, y da abrojos! 
    ¡Cómo se echa de ver en tus cristales 
    la falta del tributo de mis ojos, 
    que los hizo crecer en ríos caudales, 
    en que de partes de tu margen veo 
    polvo, donde mi sed halló recreo! 
    Ya no te queda, fuente, otra esperanza, 
    tras prolija tardanza, 
    de cobrar tu corriente, y su grandeza, 
    sino la que te doy con mi tristeza, 
    de aumentarte llorando, 
    por no saber de Aminta mi enemiga; 
    dímelo, fuente amiga, 
    pues lo vas con tus guijas murmurando, 
    que si interés de lágrimas te obliga, 
    no escusaré el verterlas por hallarla. 
    ya me viste gozarla, 
    y en medio del amor con mil temores, 
    llorar mas que la aurora en estas flores. 
    no me tengas secreto
    esto que te pregunto, y te prometo 
    de hurtarte al sol á fuerza de arboleda, 
    y de hacer, que te ignore 
    sed que no fuere de divinos labios; 
    y de que bruto y torpe pié no pueda, 
    mientras el sol la seca margen dora, 
    hacer á tu cristal turbios agravios; 
    darte hé por nacimiento, 
    no cual naturaleza dura roca, 
    que muestre estar de tí siempre sediento.
    Escribiré en tu frente 
    tal ley al caminante: 
    no llores, si estás triste, ve adelante, 
    que de los desdichados solamente 
    Glauro puede llorar en esta fuente; 
    y si sed del camino 
    te obligare á beber, oh peregrino, 
    mira que estas corrientes 
    después que fueron dignas de los dientes 
    de Aminta, han despreciado 
    cualquier labio mortal. No seas osado 
    a obligarlas á huir; ¡ay! No lo creas, 
    cuando otro nuevo Tántalo te veas. 
    Tras esto le daré verdes guirnaldas, 
    al sátiro del robo de estas faldas, 
    y á tí mil joyas del tesoro mío, 
    con que granjees las ninfas de tu rio; 
    de suerte que en mis dádivas y votos, 
    conozcan mares grandes, 
    cuando escondida entre sus senos andes, 
    que tiene tu deidad acá devotos.

    Francisco de Quevedo (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645) estudió en las universidades de Alcalá de Henares y Valladolid, ciudad en la que empezó a nacer su fama de gran poeta, para luego continuar su formación y sus trabajos como literato y traductor en Madrid en 1606, de entre los que destaca la primera versión en nuestra lengua de la obra de Anacreonte, encargada por el duque de Osuna. De su mano, participó como secretario de estado en las intrigas entre las repúblicas italianas en 1613, lo que le valió para ingresar como caballero, tres años más tarde, en la Orden de Santiago. Contemporáneo de Lope de Vega o Luis de Góngora, se cuenta, como ellos, entre los más destacados escritores del Siglo de Oro español.