A una mujer pequeña, de Francisco de Quevedo

    Castellano

    A una mujer pequeña 
     
    Mi juguete, mi sal, mi niñería, 
    dulce muñeca mía, 
    dad atención a cuatro desvaríos 
    y sed sujeto de los versos míos; 
    pero sois tan nonada, que os prometo 
    que aún no sé si llegáis a ser sujeto. 
     
    Dicen que un tiempo tan cobarde anduve, 
    que por vos muerto estuve, 
    y yo digo de mí, que, si os quería, 
    por poquísima cosa me moría; 
    pero sé, que aunque me he visto loco, 
    que cuando os quise a vos, quise muy poco. 
     
    La alma un tiempo os di; que da, señora 
    la alma quien adora; 
    pero hallábase en vos tan apretada, 
    que os la quité por verla maltratada, 
    y aún le dura el temor, y dice y piensa 
    que si no estuvo en pena, estuvo en prensa. 
     
    Calabozo de la alma, y tan estrecho, 
    fue vuestro breve pecho, 
    que desde aquí mi sufrimiento admiro 
    y del vuestro me espanto, cuando miro 
    que aún vos tenéis la alma de rodillas, 
    si no es que entre las almas hay almillas. 
     
    A cualquiera persona que es pequeña, 
    ¡oh linda, medio dueña!, 
    por el refrán le dicen castellano 
    que desde el codo llega hasta la mano; 
    mas en vuestra medida el refrán peca, 
    que no llegáis del codo a la muñeca. 
     
    Para un juego de títeres sois dama, 
    que no para la cama, 
    pues una vez que la merced me hicisteis, 
    cuando menos, pensaba que os perdisteis; 
    y dos horas después, envuelta en risa, 
    en un pliegue os hallé de la camisa. 
     
    Dama del ajedrez, dama de cera, 
    dama de faltriquera, 
    si queréis ver ocultas vuestras faltas, 
    dejad de acompañar mujeres altas; 
    que malográis así vuestros deseos, 
    porque fuerais enana entre pigmeos. 
     
    Pero quiero dejaros, mi confite, 
    mi dedo margarite, 
    mi diamante, mi aljófar, mi rocío, 
    pues será no meteros, desvarío; 
    que es una pulga poco más pequeña, 
    y, si es que pica, dígalo una dueña. 
     
     

      Bio

      Francisco de Quevedo (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645) estudió en las universidades de Alcalá de Henares y Valladolid, ciudad en la que empezó a nacer su fama de gran poeta, para luego continuar su formación y sus trabajos como literato y traductor en Madrid en 1606, de entre los que destaca la primera versión en nuestra lengua de la obra de Anacreonte, encargada por el duque de Osuna. De su mano, participó como secretario de estado en las intrigas entre las repúblicas italianas en 1613, lo que le valió para ingresar como caballero, tres años más tarde, en la Orden de Santiago. Contemporáneo de Lope de Vega o Luis de Góngora, se cuenta, como ellos, entre los más destacados escritores del Siglo de Oro español.

       

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