Solamente un dar me agrada,
que es el dar en no dar nada.
Si la prosa que gasté
contigo, niña, lloré,
y aún hasta ahora la lloro,
¿qué haré la plata y el oro?
Ya no he de dar, si no fuere
al diablo, a quien me pidiere;
que tras la burla pasada
solamente un dar me agrada,
que es el dar en no dar nada.
Yo sé que si de esta tierra
llevara el Rey a la guerra
la niña que yo nombrara,
que a toda Holanda tomara,
por saber tomar mejor
que el ejército mayor
de gente más doctrinada.
Solamente un dar me agrada,
que es el dar en no dar nada.
Sólo apacibles respuestas
y nuevas de algunas fiestas
le daré a la más altiva;
que de diez reales arriba,
ya en todo mi juicio pienso
que se pueden dar a censo,
mejor que a paje o criada.
Solamente un dar me agrada,
que es el dar en no dar nada.
Sola me dio una mujer,
y ésa me dio en qué entender,
yo entendí que convenía
no dar en la platería,
y aunque en ella a muchas vi,
sólo palabra las di
de no dar plata labrada.
Solamente un dar me agrada,
que es el dar en no dar nada.
Francisco de Quevedo (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645) estudió en las universidades de Alcalá de Henares y Valladolid, ciudad en la que empezó a nacer su fama de gran poeta, para luego continuar su formación y sus trabajos como literato y traductor en Madrid en 1606, de entre los que destaca la primera versión en nuestra lengua de la obra de Anacreonte, encargada por el duque de Osuna. De su mano, participó como secretario de estado en las intrigas entre las repúblicas italianas en 1613, lo que le valió para ingresar como caballero, tres años más tarde, en la Orden de Santiago. Contemporáneo de Lope de Vega o Luis de Góngora, se cuenta, como ellos, entre los más destacados escritores del Siglo de Oro español.