El sueño, de Francisco de Quevedo | Poema

    Poema en español
    El sueño

    ¿Con qué culpa tan grave, 
    sueño blando y süave, 
    pude en largo destierro merecerte 
    que se aparte de mí tu olvido manso? 
    Pues no te busco yo por ser descanso, 
    sino por muda imagen de la muerte. 
    cuidados veladores 
    hacen inobedientes mis dos ojos 
    a la ley de las horas: 
    no han podido vencer a mis dolores 
    las noches, ni dar paz a mis enojos. 
    Madrugan más en mí que en las auroras 
    lágrimas a este llano; 
    que amanece a mi mal siempre temprano; 
    y tanto, que persuade la tristeza 
    a mis dos ojos, que nacieron antes 
    para llorar que para ver. Tú, sueño, 
    de sosiego los tienes ignorantes, 
    de tal manera, que al morir el día 
    con luz enferma vi que permitía 
    el sol que le mirasen en Poniente. 

    Con pies torpes al punto, ciega y fría, 
    cayó de las estrellas blandamente 
    la noche, tras las pardas sombras mudas, 
    que el sueño persuadieron a la gente. 
    Escondieron las galas a los prados 
    y quedaron desnudas 
    estas laderas y sus peñas solas: 
    duermen ya entre sus montes recostados 
    los mares y las olas. 
    Si con algún acento 
    ofenden las orejas, 
    es que entre sueños dan al cielo quejas 
    del yerto lecho y duro acogimiento, 
    que blandos hallan en los cerros duros. 
    Los arroyuelos puros 
    se adormecen al son del llanto mío, 
    y a su modo también se duerme el río. 

    Con sosiego agradable 
    se dejan poseer de ti las flores; 
    mudos están los males, 
    no hay cuidado que hable, 
    faltan lenguas y voz a los dolores, 
    y en todos los mortales 
    yace la vida envuelta en alto olvido. 
    Tan sólo mi gemido 
    pierde el respeto a tu silencio santo: 
    yo tu quietud molesto con mi llanto, 
    y te desacredito 
    el nombre de callado, con mi grito. 
    Dame, cortés mancebo, algún reposo: 
    no seas digno del nombre de avariento 
    en el más desdichado y firme amante 
    que lo merece ser por dueño hermoso. 

    Débate alguna pausa mi tormento. 
    gózante en las cabañas 
    y debajo del cielo 
    los ásperos villanos; 
    hállate en el rigor de los pantanos 
    y encuéntrate en las nieves en el hielo 
    el soldado valiente, 
    y yo no puedo hallarte, aunque lo intente, 
    entre mi pensamiento y mi deseo. 
    Ya, pues, con dolor creo 
    que eres más riguroso que la tierra, 
    más duro que la roza, 
    pues te alcanza el soldado envuelto en guerra, 
    y en ella mi alma por jamás te toca. 
    Mira que es gran rigor: dame siquiera 
    lo que de ti desprecia tanto avaro, 
    por el oró en que alegre considera, 
    hasta que da la vuelta el tiempo claro; 
    lo que había de dormir en blando lecho 
    y da el enamorado a su señora, 
    y a ti se te debía de derecho. 

    Dame lo que desprecia de ti ahora 
    por robar el ladrón; lo que desecha 
    el que envidiosos celos tuvo y llora. 
    Quede en parte mi queja satisfecha: 
    tócame con el cuento de tu vara; 
    oirán siquiera el ruido de tus plumas 
    mis desventuras sumas; 
    que yo no quiero verte cara a cara, 
    ni que hagas más caso 
    de mí, que hasta pasar por mí de paso; 
    o que a tú sombra negra por lo menos, 
    si fueres a otra parte peregrino, 
    se le haga camino 
    por estos ojos de sosiego ajenos. 
    Quítame, blando sueño, este desvelo, 
    o de él alguna parte, 
    y te prometo, mientras viere el cielo, 
    de desvelarme sólo en celebrarte.

    Francisco de Quevedo (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645) estudió en las universidades de Alcalá de Henares y Valladolid, ciudad en la que empezó a nacer su fama de gran poeta, para luego continuar su formación y sus trabajos como literato y traductor en Madrid en 1606, de entre los que destaca la primera versión en nuestra lengua de la obra de Anacreonte, encargada por el duque de Osuna. De su mano, participó como secretario de estado en las intrigas entre las repúblicas italianas en 1613, lo que le valió para ingresar como caballero, tres años más tarde, en la Orden de Santiago. Contemporáneo de Lope de Vega o Luis de Góngora, se cuenta, como ellos, entre los más destacados escritores del Siglo de Oro español.