Llegará el día más largo de algún larguísimo verano. Muy de mañana, antes que el teléfono llame a la playa o al bosque, nos iremos. Entre el vaho de las calles recién regadas atravesaremos la ciudad, hasta tomar el tren más lento que salga. Bajaremos en la tercera estación, en un pueblo de tierra sin verdes. El disco rojo de una taberna nos dará la señal. Creeremos. Nos sentaremos, y todo el día, sin mirar mientras nos miran, beberemos la tibia cerveza del silencio. Volveremos bien seguros de que ningún recuerdo ha entrado en nosotros. Cuando encontremos al primer amigo y, dentro de un bar encendido de voces y manos, comprendamos que ese día ha sido el del prodigio, que se han dicho la palabra sencilla de los justos, y que los unos han sabido creer a los otros cuando negaban las horas de tantos años, y todos ríen, reiremos también, y guardaremos el secreto. Y más que nunca, cuando les llegue el tormento del desgarrón del puro anochecer (cuando pisaran caretas, y la piel al descubierto les dijera todo el asco de cómo eran antes: tal como habrán vuelto a ser) y se hermanen todos dentro del odio mutuo, callaremos. Que no sepa nadie que no dijimos ni sentimos nada. Que puedan odiarnos también, fraternalmente.
La persiana, sin cerrar del todo, como un sobresalto que se contiene para no caer al suelo, no nos separa del aire. Mira, se abren treinta y siete horizontes rectos y delgados, pero el corazón los olvida. Sin nostalgia
La luz de estío nórdico es inmensa -y aquellas tardes que no mueren nunca. Tal la paz de después. Cuando ellas dicen casi el viejo secreto que buscamos siempre por sendas nuevas. Y ella habla, y me cuenta
Deja que vuelva atrás, hacia tu tiempo. Otra vez nos citamos donde siempre. Veo la negra pasarela -hierros delgados-, cielo blanco, hierba humilde en tierra de carbón, y oigo el silbido del expreso. A nuestro lado -hemos de hablarnos
Llegará el día más largo de algún larguísimo verano. Muy de mañana, antes que el teléfono llame a la playa o al bosque, nos iremos. Entre el vaho de las calles recién regadas atravesaremos la ciudad, hasta tomar el tren más lento que salga. Bajaremos
Ya sé que no le quieres. No lo digas a nadie Los tres, si tú me ayudas, guardamos el secreto. Nadie más ha de ver lo que tú y yo hemos visto. Se esconderá de todas las personas y cosas que antes eran amigas. Vendrán días de invierno,