Deja que vuelva atrás, hacia tu tiempo. Otra vez nos citamos donde siempre. Veo la negra pasarela -hierros delgados-, cielo blanco, hierba humilde en tierra de carbón, y oigo el silbido del expreso. A nuestro lado -hemos de hablarnos a gritos- pasa. Desistimos, y yo río al ver que ríes tú y que no te oigo. Tu blusa gris, color de cielo; azul marino, cortas y anchas, son tus faldas, y hay en tu cuello un amplio foulard rojo. La bandera de tu país, te dije. Todo como aquel día. Van volviendo las palabras que nos dijimos. ¿Ves? Vuelve aquel mal momento. Sin razón, callamos. Tu mano sufre, y, como entonces, tiene un vuelo vacilante, y el abandono, y juega con el ruido triste del timbre de la bicicleta. Suerte que ahora, como entonces, llegan aquellos pasos férreos, la excesiva canción de hombres de verde, con sus cascos de acero, nos rodea, y ahora un grito se nos dirige, autoritario, como oro maligno de una sierpe, y hemos de ocultar la cabeza en el regazo acogedor del miedo, hasta que al fin se alejan. Ya nos hemos olvidado de nosotros, y porque se alejan somos felices otra vez. Nos lleva a reencontarnos este movimiento sin recuerdo, y por estar aquí los dos somos felices, y no importa que callemos. Podemos besarnos. Somos jóvenes, y no sentimos piedad por los silencios que han pasado; tenemos miedos de otros, miedos que podrían distraernos de los nuestros. Bajamos la avenida. A cada árbol sentimos frío, entre la sombra espesa. Vamos de frío en frío, sin pensarlo.
La persiana, sin cerrar del todo, como un sobresalto que se contiene para no caer al suelo, no nos separa del aire. Mira, se abren treinta y siete horizontes rectos y delgados, pero el corazón los olvida. Sin nostalgia
La luz de estío nórdico es inmensa -y aquellas tardes que no mueren nunca. Tal la paz de después. Cuando ellas dicen casi el viejo secreto que buscamos siempre por sendas nuevas. Y ella habla, y me cuenta
Deja que vuelva atrás, hacia tu tiempo. Otra vez nos citamos donde siempre. Veo la negra pasarela -hierros delgados-, cielo blanco, hierba humilde en tierra de carbón, y oigo el silbido del expreso. A nuestro lado -hemos de hablarnos
Llegará el día más largo de algún larguísimo verano. Muy de mañana, antes que el teléfono llame a la playa o al bosque, nos iremos. Entre el vaho de las calles recién regadas atravesaremos la ciudad, hasta tomar el tren más lento que salga. Bajaremos
Ya sé que no le quieres. No lo digas a nadie Los tres, si tú me ayudas, guardamos el secreto. Nadie más ha de ver lo que tú y yo hemos visto. Se esconderá de todas las personas y cosas que antes eran amigas. Vendrán días de invierno,