Mi madre no sabe que por la noche, cuando ella mira mi cuerpo dormido y sonríe feliz sintiéndome a su lado, mi alma sale de mí, se va de viaje guiada por elefantes blanquirrojos, y toda la tierra queda abandonada, y ya no pertenezco a la prisión del mundo, pues llego hasta la luna, desciendo en sus verdes ríos y en sus bosques de oro, y pastoreo rebaños de tiernos elefantes, y cabalgo los dóciles leopardos de la luna, y me divierto en el teatro de los astros contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo.
Y mi madre no sabe que al otro día, cuando toca en mi hombro y dulcemente llama, yo no vengo del sueño: yo he regresado pocos instantes antes, después de haber sido el más feliz de los niños, y el viajero que despaciosamente entra y sale del cielo, cuando la madre llama y obedece el alma.
Mi madre no sabe que por la noche, cuando ella mira mi cuerpo dormido y sonríe feliz sintiéndome a su lado, mi alma sale de mí, se va de viaje guiada por elefantes blanquirrojos, y toda la tierra queda abandonada,
Cuando yo era un pequeño pez, cuando sólo conocía las aguas del hermoso mar, y recordaba muy vagamente haber sido un árbol de alcanfor en las riberas del Caroní, yo era feliz.
¡Cuántas estrellas anoche! ¡Yo las veía tan claras y cercanas como higos de cristal, como frutillas azules! Me parecía, Teresa, que todas las estrellas te miraban con la misma alegría con que te miran los ojos de mi alma.
Yo te amo, ciudad, aunque sólo escucho de ti el lejano rumor, aunque soy en tu olvido una isla invisible, porque resuenas y tiemblas y me olvidas, yo te amo, ciudad.
Qué pasa, qué está pasando siempre debajo del jardín que las rosas acuden sin descanso. Qué está pasando siempre bajo ese oscuro espejo donde nada se oculta ni disuelve.
¡Qué bueno es estar contigo ante este fuego, Irene, saber que sigues llamándote así, Irene; que tu nombre no se te ha evaporado de la piel como se evapora el rocío de la panza del sapo!