¡Al poeta, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer. No entra en el juego. No se entusiasma. No pone en claro su mensaje. No repara siquiera en los milagros. Se pasa el día entero cavilando. Encuentra siempre algo que objetar.
¡A ese tipo, despídanlo! Echen a un lado al aguafiestas, a ese malhumorado del verano, con gafas negras bajo el sol que nace. Siempre le sedujeron las andanzas y las bellas catástrofes del tiempo sin Historia. Es incluso anticuado. Sólo le gusta el viejo Armstrong.
Tararea, a lo sumo, una canción de Pete Seeger. Canta, entre dientes, La Guantanamera. Pero no hay quien lo haga abrir la boca, pero no hay quien lo haga sonreír cada vez que comienza el espectáculo y brincan los payasos por la escena; cuando las cacatúas confunden el amor con el terror y está crujiendo el escenario y truenan los metales y los cueros y todo el mundo salta, se inclina, retrocede, sonríe, abre la boca 'pues sí, claro que sí, por supuesto que sí...' y bailan todos bien, bailan bonito, como les piden que sea el baile. ¡A ese tipo, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer.
Pueden fotografiarlas junto a un rosal en un jardín etrusco frente a la columnata del Partenón con sombreros enormes entre cactus en México llevando los colores de moda el pelo corto o largo y boinas de través como conspiradores:
¡Al poeta, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer. No entra en el juego. No se entusiasma. No pone en claro su mensaje. No repara siquiera en los milagros.
Mira esta primavera que ha llegado corriendo y gira sobre las estaciones. Mírala cómo llena las plazas de Moscú. ¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla? Gruñón, ¿qué estás haciendo bajo la capa turbia de las imprecaciones?
En una de estas tardes me pondré guantes blancos, frac negro, sombrero; iré a la calle Behren, cuando nadie se encuentre en el café, y no se haya formado la tertulia y nadie me pueda reconocer excepto Heinrich Heine,
A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas