Pueden fotografiarlas junto a un rosal en un jardín etrusco frente a la columnata del Partenón con sombreros enormes entre cactus en México llevando los colores de moda el pelo corto o largo y boinas de través como conspiradores: no cambiarán no dejarán de ser las mismas la barbilla en acecho el rostro de óvalo y los ojos cargados de un persistente desamparo ¿pero qué pensamientos se agitan debajo de las melenas crespas o lacias de estas muchachas que ilustran las revistas de moda? Casi todas son pálidas y están como cansadas Las líneas de sus manos son estrictas y melancólicas Mudan cada seis meses de vestidos zapatos peinados y sombreros y yo siempre descubro un rizo fantasmal bajo la onda bermeja No importa que se cubran con pieles de visón o lleven botas de vinilo faldas de cuero o usen nuevas pelucas: siempre las reconozco bajo cualquier disfraz lo mismo que a un espía Además me persiguen en trenes o en aviones sobre todo de noche se benefician con la oscuridad andan de tres en tres a mi espalda a mi lado frente a mí Dos trepan a los árboles con la cámara en la mano otra resbala debajo de un avión con el ojo torcido de las agonizantes y observan y miden mis reacciones para indagar si tiemblo o lloro ante la muerte
Mira esta primavera que ha llegado corriendo y gira sobre las estaciones. Mírala cómo llena las plazas de Moscú. ¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla? Gruñón, ¿qué estás haciendo bajo la capa turbia de las imprecaciones?
¡Al poeta, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer. No entra en el juego. No se entusiasma. No pone en claro su mensaje. No repara siquiera en los milagros.
Pueden fotografiarlas junto a un rosal en un jardín etrusco frente a la columnata del Partenón con sombreros enormes entre cactus en México llevando los colores de moda el pelo corto o largo y boinas de través como conspiradores:
A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas
En una de estas tardes me pondré guantes blancos, frac negro, sombrero; iré a la calle Behren, cuando nadie se encuentre en el café, y no se haya formado la tertulia y nadie me pueda reconocer excepto Heinrich Heine,