Mira esta primavera que ha llegado corriendo y gira sobre las estaciones. Mírala cómo llena las plazas de Moscú. ¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla? Gruñón, ¿qué estás haciendo bajo la capa turbia de las imprecaciones?
Mírala levantarse en el botón reciente de la rosa, energía del año, perfume entusiasta de los seres. Con la pipa encendida del poeta, tú recuerdas la hora siniestra del invierno que hasta ayer aleteaba en tu hombro sin fuego.
Arden las casas en el aire nuevo. Se vuelcan en el río los lastres del invierno. La vida es el retoño que se abre lentamente como se cierra una herida.
El abedul engendra su hoja ciega. Están vibrando hasta los materiales ocultos de los capullos, contrarrestados por cada caminante sin edad. Y el amor es el único elemento. Con la súbita primavera los deseos despiertan como los uros, muy silenciosos, muy sedientos.
¡Al poeta, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer. No entra en el juego. No se entusiasma. No pone en claro su mensaje. No repara siquiera en los milagros.
Pueden fotografiarlas junto a un rosal en un jardín etrusco frente a la columnata del Partenón con sombreros enormes entre cactus en México llevando los colores de moda el pelo corto o largo y boinas de través como conspiradores:
Mira esta primavera que ha llegado corriendo y gira sobre las estaciones. Mírala cómo llena las plazas de Moscú. ¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla? Gruñón, ¿qué estás haciendo bajo la capa turbia de las imprecaciones?
A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas
En una de estas tardes me pondré guantes blancos, frac negro, sombrero; iré a la calle Behren, cuando nadie se encuentre en el café, y no se haya formado la tertulia y nadie me pueda reconocer excepto Heinrich Heine,