En una de estas tardes me pondré guantes blancos, frac negro, sombrero; iré a la calle Behren, cuando nadie se encuentre en el café, y no se haya formado la tertulia y nadie me pueda reconocer excepto Heinrich Heine, pues debo hablar con él, que sabe cuánto oculta la gloria y la ponzoña, el exilio y el reino (y que lo sabe bien). Escéptico, burlón, sentimental creyente... (Así lo describió Gautier) Pero ¿de quién hablaba? ¿De nosotros o de él? Porque ¿quién no ha opinado contra sus sentimientos? ¿Contra quién no ha graznado un cuervo de hiel? En una de estas tardes... Enfundaré los ojos de Teresa, se los pondré delante a Heine de modo que comprenda que también supe de ellos y los desenterré. Le diré que es mi modo de ser contemporáneo. Haremos una larga reverencia (son ojos de otro siglo, descubiertos por mí...)
Esta tarde tal vez... Cuando el brumoso mirlo salte de rama en rama y sólo Heine se encuentre en el Café, y nadie pueda nunca saber que anduve entre walkirias, nornas, parcas del norte, que yo también he sido un desenterrador.
¡Al poeta, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer. No entra en el juego. No se entusiasma. No pone en claro su mensaje. No repara siquiera en los milagros.
Pueden fotografiarlas junto a un rosal en un jardín etrusco frente a la columnata del Partenón con sombreros enormes entre cactus en México llevando los colores de moda el pelo corto o largo y boinas de través como conspiradores:
Mira esta primavera que ha llegado corriendo y gira sobre las estaciones. Mírala cómo llena las plazas de Moscú. ¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla? Gruñón, ¿qué estás haciendo bajo la capa turbia de las imprecaciones?
A aquel hombre le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas
En una de estas tardes me pondré guantes blancos, frac negro, sombrero; iré a la calle Behren, cuando nadie se encuentre en el café, y no se haya formado la tertulia y nadie me pueda reconocer excepto Heinrich Heine,