Aquí estas en la sombra, con tu mano en la mía, respirando en un tiempo sin antes ni después.
Ya vez que, aunque te fuiste, no te vas todavía, y estas aquí, conmigo no importa donde estés.
Desnuda en esta sombra te palpara mi mano, lenta mano de ciego que acaricia una flor, y sabré de repente donde empieza el verano, yo, que solo he sabido donde acaba el amor.
Aquí estas en la sombra, conmigo todavía, compartiendo este lecho cálidamente aquí, Detenida en la noche, y donde nunca es de día, detenida en la noche y amaneciendo en mi.
Y ahora soy como el surco donde madura el trigo, como la flor que nace donde pisan tus pies, porque, aunque nunca vuelvas, siempre estarás conmigo, conmigo en esta sombra sin antes ni después.
Únicamente el río conoce tu secreto, ese secreto tuyo que es el secreto mío. El río es un hombre de corazón inquieto pero el amor se aleja como el agua del río.
Nadie vino a esperarme. Yo me encogí de hombros y me eché a andar: Soy un hombre de paso, simplemente; soy simplemente un hombre que llega y que se va.
Sólo tú y yo sabemos lo que ignora la gente al cambiar un saludo ceremonioso y frío, porque nadie sospecha que es falso tu desvío, ni cuánto amor esconde mi gesto indiferente.
Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento...
Donde quiera en las noches se abrirá una ventana o una puerta cualquiera de una calle lejana, no importa dónde ni cuándo, puede ser donde quiera: ni menos en otoño, ni más en primavera.