Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro de tu inocencia cándida conservas el tesoro; a quien los más audaces, en locos devaneos, jamás se han acercado con carnales deseos; tú, que adivinar dejas inocencias extrañas en tus ojos velados por sedosas pestañas, y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezo- jamás se habrá posado ni la sombra de un beso... Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso, con esa voz que tiene suavidades de raso: si entrevieras dormida a aquel con quien tú sueñas, tras las horas de baile rápidas y risueñas, y sintieras sus labios anidarse en tu boca y recorrer tu cuerpo, y en tu lascivia loca besar tus pliegues de tibio aroma llenos y las rígidas puntas rosadas de tus senos; si en los locos, ardientes y profundos abrazos agonizar soñar de placer en sus brazos, por aquel de quien eres todas las alegrías, ¡Oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?
Una noche una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas, Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas, a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida
Juan Lanas, el mozo de esquina, es absolutamente igual al Emperador de la China: los dos son el mismo animal. Juan Lanas cubre su pelaje con nuestra manta nacional; el gran magnate lleva un traje de seda verde excepcional.
Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro de tu inocencia cándida conservas el tesoro; a quien los más audaces, en locos devaneos, jamás se han acercado con carnales deseos; tú, que adivinar dejas inocencias extrañas