Acércate al oído y te diré adiós.
Gracias porque te conocí, porque acompañaste
un inmenso minuto de la existencia.
Todo se me olvidaré en poco tiempo.
El mar que bulle en el calor de la noche,
el mar bituminoso que lleva adentro su cólera,
el mar sepulcro de las letrinas del puerto,
nunca mereció ser este charco que huele a ciénaga,
a hierros oxidados, a petróleo y a mierda,
lejos del mar abierto, el golfo, el océano.