Era cieguecita la niña morena
que vendía flores…
¡Era cieguecita y no supo de amores!
Sentada a la vera
de aquel senderillo
que por la pradera
de menta y tomillo
va hacia los alcores
y los altozanos.
«¡Una flor, hermanos!»,
cantaba y decía
con un manso anhelo…
¡Y miraba al cielo que no conocía!
La niña morena
fue como agua buena,
callada y sencilla,
que, huyendo y saltando,
va, al paso, regando
de flores la orilla…
Como el viento frío
pasa sobre el río,
mansa y encogida
pasó por la vida
sin tener amores,
dejando al pasar,
olvidos, dolores,
unas cuantas flores
y un triste cantar.
Era cieguecita la niña morena
que vendía flores…
¡Era cieguecita y no supo de amores!