Él se sabía un camino
que le enseñó una sirena;
caminito de la arena
hacia un jardín submarino.
¡Qué bien que se lo callaba!
¡Y qué bien que se sabía
el camino que llevaba
sus pasos donde él quería!
Desnudo de pierna y pie,
en la paz de una alborada
por su camino se fue:
se fue diciendo cantares
con su esportilla dorada,
igual que un dios de los mares,
desnudo de pierna y pie.
La playa guardó su huella,
y, desde la aurora aquella,
los anchos mares sonoros
aprendieron las tonadas
que él solía pregonar:
-¡Los buenos cangrejos moros
y las bocas mariscadas
anoche en la bajamar!
Y aun la marea que viene,
sube que sube, detiene
su empuje verde y sonoro
para no borrar la huella
de su pie, que es una estrella
sobre la arena de oro.
Igual que pasa una vela
llena de sol sobre el mar,
pasó dejando una estela
de gracia y luz al pasar:
un aire de su cantar,
una huella de su pie,
un dejo de su cariño
y esta leyenda del niño
mariscador que se fue...