Rosana en los fuegos, de Juan Meléndez Valdés | Poema

    Poema en español
    Rosana en los fuegos

    Del sol llevaba la lumbre 
    Y la alegría del alba, 
    En sus celestiales ojos 
    La hermosísima Rosana, 
    Una noche que a los fuegos 
    Salió la fiesta de Pascua, 
    Para abrasar todo el valle 
    En mil amorosas ansias. 
    Por doquiera que camina 
    Lleva tras sí la mañana, 
    Y donde se vuelve rinde 
    La libertad de mil almas. 
    El céfiro la acaricia 
    Y mansamente la halaga, 
    Los Amores la rodean 
    Y las Gracias la acompañan. 
    Y ella, así como en el valle 
    Descuella la altiva palma 
    Cuando sus verdes pimpollos 
    Hasta las nubes levanta; 
    O cual vid de fruto llena 
    Que con el olmo se abraza, 
    Y sus vástagos extiende 
    Al arbitrio de las ramas; 
    Así entre sus compañeras 
    El nevado cuello alza, 
    Sobresaliendo entre todas 
    Cual fresca rosa entre zarzas; 
    O como cándida perla 
    Que artífice diestro engasta 
    Entre encendidos corales, 
    Porque más luzcan sus aguas. 
    Todos los ojos se lleva 
    Tras sí, todo lo avasalla; 
    De amor mata a los pastores 
    Y de envidia a las zagalas. 
    Ni las músicas se atienden, 
    Ni se gozan las lumbradas; 
    Que todos corren por verla 
    Y al verla todos se abrasan. 
    ¡Qué de suspiros se escuchan! 
    ¡Qué de vivas y de salvas! 
    No hay zagal que no la admire 
    Y no se esmere en loarla. 
    Cuál absorto la contempla 
    Y a la aurora la compara 
    Cuando más alegre sale 
    Y el cielo de su albor baña; 
    Cuál al fresco y verde aliso 
    Que crece al margen del agua, 
    Cuando más pomposo en hojas 
    En su cristal se retrata; 
    Cuál a la luna, si muestra 
    Llena su esfera de plata, 
    Y asoma por los collados 
    De luceros coronada. 
    Otros pasmados la miran 
    Y mudamente la alaban, 
    Y cuanto más la contemplan 
    Muy más hermosa la hallan. 
    Que es como el cielo su rostro 
    Cuando en la noche callada 
    Brilla con todas sus luces 
    Y los ojos embaraza. 
    ¡Ay, qué de envidias se encienden! 
    ¡Ay, qué de celos que causa 
    En las serranas del Tormes 
    Su perfección sobrehumana! 
    Las más hermosas la temen, 
    Mas sin osar murmurarla; 
    Que como el oro más puro 
    No sufre una leve mancha. 
      
    —Bien haya tu gentileza, 
    Una y mil veces bien haya, 
    Y abrase la envidia al pueblo, 
    Hermosísima aldeana. 
    Toda, toda eres perfecta, 
    Toda eres donaire y gracia, 
    El amor vive en tus ojos 
    Y la gloria está en tu cara; 
    En esa cara hechicera, 
    Do toda su luz cifrada 
    Puso Venus misma, y ciego 
    En pos de sí me arrebata. 
    La libertad me has robado, 
    Yo la doy por bien robada, 
    Mas recibe el don benigna 
    Que mi humildad te consagra. 
    No el don por pobres desdenes, 
    Que aun las deidades más altas 
    A zagales, cual yo, humildes, 
    Un tiempo acogieron gratas; 
    Y mezclando sus ternezas 
    Con sus rústicas palabras, 
    No, aunque diosas, esquivaron 
    Sus amorosas demandas. 
    Su feliz ejemplo sigue, 
    Pues que en verdad las igualas; 
    Cual yo a todos los excedo 
    En 1o fino de mi llama—. 
    Esto un zagal le decía 
    Con razones mal formadas, 
    Que salió libre a los fuegos 
    Y volvió cautivo a casa. 
    Y desde entonces perdido 
    El día a sus puertas le halla; 
    Ayer le cantó esta letra 
    Echándole la alborada: 
      
    Linda zagaleja 
    De cuerpo gentil, 
    Muérome de amores 
    Desde que te vi. 
      
    Tu talle, tu aseo, 
    Tu gala y donaire, 
    No tienen, serrana, 
    Igual en el valle. 
      
    Del cielo son ellos 
    Y tú un serafín: 
    Muérome de amores 
    Desde que te vi. 
      
    De amores me muero, 
    Sin que nada alcance 
    A darme la vida 
    Que allá te llevaste, 
      
    Si no te condueles 
    Benigna de mí; 
    Que muero de amores 
    Desde que te vi.