Iba tocando mi flauta a lo largo de la orilla; y la orilla era un reguero de amarillas margaritas.
El campo cristaleaba tras el temblor de la brisa; para escucharme mejor el agua se detenía.
Notas van y notas vienen, la tarde fragante y lírica iba, a compás de mi música, dorando sus fantasías, y a mi alrededor volaba, en el agua y en la brisa, un enjambre doble de mariposas amarillas.
La ladera era de miel, de oro encendido la viña, de oro vago el raso leve del jaral de flores níveas; allá donde el claro arroyo da en el río, se entreabría un ocaso de esplendores sobre el agua vespertina...
Mi flauta con sol lloraba a lo largo de la orilla; atrás quedaba un reguero de amarillas margaritas...
«En fondo de aire» (dije) «estoy», (dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra), ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina con su carbón el ámbito segundo destinado.
El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama, que el mundo entero tiene rumor de primavera. Las hojas secas tornan y las ramas con nieve, y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
Los brazos de los doce olmos desnudos, mis olmos, mis amigos naturales, me abrazan negros, blancos. Nieva. ¡Y qué abrazo de bosque el de estos doce olmos, en este olmo primero, junto a mí!
Abril venía, lleno todo de flores amarillas: amarillo el arroyo, amarillo el vallado, la colina, el cementerio de los niños, el huerto aquel donde el amor vivía.