¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto, tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto; tanto, que este rictus que contrae mi boca es un rastro extraño de mi risa loca.
Tanto, que esta intensa palidez que tengo (como en los retratos de viejo abolengo), es por la fatiga de la loca risa que en todos mis nervios su sopor desliza.
¡Ah, que estoy cansada! Déjame que duerma, pues como la angustia, la alegría enferma. ¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste! ¿Cuándo más alegre que ahora me viste?
¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos, ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos. Si brilla en mis ojos la humedad del llanto, es por el esfuerzo de reírme tanto...
Bebo del agua limpia y clara del arroyo y vago por los campos teniendo por apoyo un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.
Yo siento por la luz un amor de salvaje. Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge; ¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge el calor de las almas que pasan en su viaje?
Amante: no me lleves, si muero al camposanto A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente Alboroto divino de alguna pajarera O junto a la encantada charla de alguna fuente.
Absorto pez, dormida golondrina, mariposa en el aire de la muerte, rosa fallida en la impasible umbría, esmeralda evadiéndose del verde color de su destino. En las heridas la sangre blanca y el dolor ausente, el mundo trastrocado en una orilla