¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante besóme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas.
Y voy por la senda voceando el encanto y de dicha alterno sonrisa con llanto y bajo el milagro de mi encantamiento se aroman de rosas las alas del viento.
Y murmura al verme la gente que pasa: «¿No veis que está loca? Tornadla a su casa. ¡Dice que en las manos le han nacido rosas y las va agitando como mariposas!»
¡Ah, pobre la gente que nunca comprende un milagro de éstos y que sólo entiende, que no nacen rosas más que en los rosales y que no hay más trigo que el de los trigales!
que requiere líneas y color y forma, y que sólo admite realidad por norma. Que cuando uno dice: «Voy con la dulzura», de inmediato buscan a la criatura.
Que me digan loca, que en celda me encierren, que con siete llaves la puerta me cierren, que junto a la puerta pongan un lebrel, carcelero rudo, carcelero fiel.
Cantaré lo mismo: «Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen». ¡Y toda mi celda tendrá la fragancia de un inmenso ramo de rosas de Francia!
¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto, tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto; tanto, que este rictus que contrae mi boca es un rastro extraño de mi risa loca.
Yo siento por la luz un amor de salvaje. Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge; ¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge el calor de las almas que pasan en su viaje?
Amante: no me lleves, si muero al camposanto A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente Alboroto divino de alguna pajarera O junto a la encantada charla de alguna fuente.
Absorto pez, dormida golondrina, mariposa en el aire de la muerte, rosa fallida en la impasible umbría, esmeralda evadiéndose del verde color de su destino. En las heridas la sangre blanca y el dolor ausente, el mundo trastrocado en una orilla