Amante: no me lleves, si muero al camposanto A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente Alboroto divino de alguna pajarera O junto a la encantada charla de alguna fuente.
A flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra, Donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos, Alargados en tallos, suban a ver de nuevo La lámpara salvaje de los ocasos rojos.
A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea Más breve. Yo presiento La lucha de mi carne por volver hacia arriba, Por sentir en sus átomos la frescura del viento.
Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos Podrán estarse quietas. Que siempre como topos arañarán la tierra En medio de las sombras estrujadas y prietas.
Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen En la greda amarilla de mis huesos menguados. ¡Por la parda escalera de las raíces vivas Yo subiré a mirarte en los lirios morados!
¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto, tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto; tanto, que este rictus que contrae mi boca es un rastro extraño de mi risa loca.
Yo siento por la luz un amor de salvaje. Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge; ¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge el calor de las almas que pasan en su viaje?
Amante: no me lleves, si muero al camposanto A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente Alboroto divino de alguna pajarera O junto a la encantada charla de alguna fuente.
Absorto pez, dormida golondrina, mariposa en el aire de la muerte, rosa fallida en la impasible umbría, esmeralda evadiéndose del verde color de su destino. En las heridas la sangre blanca y el dolor ausente, el mundo trastrocado en una orilla