Divagación lunar, de Leopoldo Lugones | Poema

    Poema en español
    Divagación lunar

    Si tengo la fortuna 
    de que con tu alma mi dolor se integre, 
    te diré entre melancólico y alegre 
    las singulares cosas de la luna. 
    Mientras el menguante exiguo 
    a cuyo noble encanto ayer amaste 
    aumenta su desgaste 
    de cequín antiguo, 
    quiero mezclar a tu champaña, 
    como un buen astrónomo teórico, 
    su luz, en sensación extraña 
    de jarabe hidroclórico. 
    Y cuando te envenene 
    la pálida mixtura, 
    como a cualquier romántica Eloísa o Irene, 
    tu espíritu de amable criatura 
    buscará una secreta higiene 
    en la pureza de mi desventura. 

    Amarilla y flacucha, 
    la luna cruza el azul pleno, 
    como una trucha 
    por un estanque sereno. 
    Y su luz ligera, 
    indefiniendo asaz tristes arcanos, 
    pone una mortuoria traslucidez de cera 
    en la gemela nieve de tus manos. 

    Cuando aún no estaba la luna, y afuera 
    como un corazón poético y sombrío 
    palpitaba el cielo de primavera, 
    la noche, sin ti, no era 
    más que un oscuro frío. 
    Perdida toda forma, entre tanta 
    obscuridad, era sólo un aroma; 
    y el arrullo amoroso ponía en tu garganta 
    una ronca dulzura de paloma. 
    en una puerilidad de tactos quedos, 
    la mirada perdida en una estrella, 
    me extravié en el roce de tus dedos. 

    Tu virtud fulminaba como una centella... 
    mas el conjuro de los ruegos vanos 
    te llevó al lance dulcemente inicuo, 
    y el coraje se te fue por las manos 
    como un poco de agua por un mármol oblicuo. 

    La luna fraternal, con su secreta 
    intimidad de encanto femenino, 
    al definirte hermosa te ha vuelto coqueta, 
    sutiliza tus maneras un complicado tino; 
    en la lunar presencia, 
    no hay ya ósculo que el labio al labio suelde; 
    y sólo tu seno de audaz incipiencia, 
    con generosidad rebelde, 
    continúa el ritmo de la dulce violencia. 

    Entre un recuerdo de Suiza 
    y la anécdota de un oportuno primo, 
    tu crueldad virginal se sutiliza; 
    y con sumisión postiza 
    te acurrucas en pérfido mimo, 
    como un gato que se hace una bola 
    en la cabal redondez de su cola. 
    Es tu ilusión suprema 
    de joven soñadora, 
    ser la joven mora 
    de un antiguo poema. 
    La joven cautiva que llora 
    llena de luna, de amor y de sistema. 

    La luna enemiga 
    que te sugiere tanta mala cosa, 
    y de mi brazo cordial te desliga, 
    pone un detalle trágico en tu intriga 
    de pequeño mamífero rosa. 
    Mas, al amoroso reclamo 
    de la tentación, en tu jardín alerta, 
    tu grácil juventud despierta 
    golosa de caricia y de «Yoteamo». 
    En el albaricoque 
    un tanto marchito de tu mejilla, 
    pone el amor un leve toque 
    de carmín, como una lucecilla. 
    Lucecilla que a medias con la luna 
    tu rostro excava en escultura inerte, 
    y con sugestión oportuna 
    de pronto nos advierte 
    no sé qué próximo estrago, 
    como el rizo anacrónico de un lago 
    anuncia a veces el soplo de la muerte.