Si tengo la fortuna
de que con tu alma mi dolor se integre,
te diré entre melancólico y alegre
las singulares cosas de la luna.
Mientras el menguante exiguo
a cuyo noble encanto ayer amaste
aumenta su desgaste
de cequín antiguo,
quiero mezclar a tu champaña,
como un buen astrónomo teórico,
su luz, en sensación extraña
de jarabe hidroclórico.
Y cuando te envenene
la pálida mixtura,
como a cualquier romántica Eloísa o Irene,
tu espíritu de amable criatura
buscará una secreta higiene
en la pureza de mi desventura.
Amarilla y flacucha,
la luna cruza el azul pleno,
como una trucha
por un estanque sereno.
Y su luz ligera,
indefiniendo asaz tristes arcanos,
pone una mortuoria traslucidez de cera
en la gemela nieve de tus manos.
Cuando aún no estaba la luna, y afuera
como un corazón poético y sombrío
palpitaba el cielo de primavera,
la noche, sin ti, no era
más que un oscuro frío.
Perdida toda forma, entre tanta
obscuridad, era sólo un aroma;
y el arrullo amoroso ponía en tu garganta
una ronca dulzura de paloma.
en una puerilidad de tactos quedos,
la mirada perdida en una estrella,
me extravié en el roce de tus dedos.
Tu virtud fulminaba como una centella...
mas el conjuro de los ruegos vanos
te llevó al lance dulcemente inicuo,
y el coraje se te fue por las manos
como un poco de agua por un mármol oblicuo.
La luna fraternal, con su secreta
intimidad de encanto femenino,
al definirte hermosa te ha vuelto coqueta,
sutiliza tus maneras un complicado tino;
en la lunar presencia,
no hay ya ósculo que el labio al labio suelde;
y sólo tu seno de audaz incipiencia,
con generosidad rebelde,
continúa el ritmo de la dulce violencia.
Entre un recuerdo de Suiza
y la anécdota de un oportuno primo,
tu crueldad virginal se sutiliza;
y con sumisión postiza
te acurrucas en pérfido mimo,
como un gato que se hace una bola
en la cabal redondez de su cola.
Es tu ilusión suprema
de joven soñadora,
ser la joven mora
de un antiguo poema.
La joven cautiva que llora
llena de luna, de amor y de sistema.
La luna enemiga
que te sugiere tanta mala cosa,
y de mi brazo cordial te desliga,
pone un detalle trágico en tu intriga
de pequeño mamífero rosa.
Mas, al amoroso reclamo
de la tentación, en tu jardín alerta,
tu grácil juventud despierta
golosa de caricia y de «Yoteamo».
En el albaricoque
un tanto marchito de tu mejilla,
pone el amor un leve toque
de carmín, como una lucecilla.
Lucecilla que a medias con la luna
tu rostro excava en escultura inerte,
y con sugestión oportuna
de pronto nos advierte
no sé qué próximo estrago,
como el rizo anacrónico de un lago
anuncia a veces el soplo de la muerte.