Otra vez la mañana enciende y señorea mis sentidos en un rapto de luz que los suspende más allá de las cosas. No hay tinieblas, nada más que la luz, pura y sencilla.
Otra vez la mañana y los sentidos, dejándose caer por la pendiente de las cosas que brillan desusadas porque nadie las vio de esta manera.
Amanece detrás de las cortinas. Todo es sol arrasando la penumbra. Y en la blanca pared nada profana esta limpia indulgencia.
¿Qué sílabas darán con su contorno en la noche del alma, qué palabras vendrán a darme aliento sino aquellas que nunca fueron dichas?
Cuando volvéis a la ciudad, vencejos, acaso regresáis como si nada hubiera sucedido desde entonces, como si este verano fuera el mismo que dejasteis ayer flotando inmersos en el giro sin fin de vuestro grito.
Otra vez la mañana enciende y señorea mis sentidos en un rapto de luz que los suspende más allá de las cosas. No hay tinieblas, nada más que la luz, pura y sencilla.
El alma de los días, la columna vertebral que mantiene encendido el afán de ir transitándolos es que algo suceda, que algo pase en la estanca quietud de su mudanza.
No huyas, no te marches con la brisa, que tú tienes la culpa de este cielo ingrávido y perplejo de septiembre, esta luz en declive que atardece por todas las esquinas.