Cuando volvéis a la ciudad, vencejos, acaso regresáis como si nada hubiera sucedido desde entonces, como si este verano fuera el mismo que dejasteis ayer flotando inmersos en el giro sin fin de vuestro grito.
Pertinaces y aleves os he visto volando en redondel sobre el asfalto, dejando en el presente la sospecha de un retorno falaz al tiempo antiguo. ¿Por qué nos engañáis con la esperanza de habitar otra vez aquel instante que el aire se ha llevado para siempre?
Unidos al misterio de la rueda esta tarde, otra vez, habéis cruzado las altas azoteas incendiadas. Otra vez, obstinados, agoreros, otra vez ululando en desbandada otra vez, esta tarde, habéis trazado un círculo sonoro que constela el nítido crepúsculo de junio.
Y al cabo del estío que os regresa, de nuevo os marcharéis mientras nosotros tratamos de afrontar esa certeza de ser como vosotros breve vuelo, leve sombra fugaz sobre la tierra.
Cuando volvéis a la ciudad, vencejos, acaso regresáis como si nada hubiera sucedido desde entonces, como si este verano fuera el mismo que dejasteis ayer flotando inmersos en el giro sin fin de vuestro grito.
Otra vez la mañana enciende y señorea mis sentidos en un rapto de luz que los suspende más allá de las cosas. No hay tinieblas, nada más que la luz, pura y sencilla.
El alma de los días, la columna vertebral que mantiene encendido el afán de ir transitándolos es que algo suceda, que algo pase en la estanca quietud de su mudanza.
No huyas, no te marches con la brisa, que tú tienes la culpa de este cielo ingrávido y perplejo de septiembre, esta luz en declive que atardece por todas las esquinas.