Te lo he dicho con el viento, jugueteando como animalillo en la arena o iracundo como órgano impetuoso;
Te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas, leves criaturas transparentes que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo, te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta: más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido.
Soñábamos algunos cuando niños, caídos en una vasta hora de ocio solitario bajo la lámpara, ante las estampas de un libro, con la revolución. Y vimos su ala fúlgida plegar como una mies los cuerpos poderosos.
Acaso allí estará, cuatro costados bañados en los mares, al centro la meseta ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra original de tantos, como tú, dolidos de ella y por ella dolientes.
Desde niño, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad. Todo contribuía alrededor mío, durante mis primeros años, a mantener en mí la ilusión y la creencia en lo permanente: la casa familiar inmutable, los accidentes idénticos de mi vida.
¿Recuerdas tú, recuerdas aun la escena a que día tras día asististe paciente en la niñez, remota como sueño de alba? El silencio pesado, las cortinas caídas, el círculo de luz sobre el mantel, solemne como paño de altar, y alrededor sentado
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, parece como el viento que se mece en otoño sobre adolescentes mutilados, mientras las manos llueven, manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, cataratas de manos que fueron un día