Era un cautivo beso enamorado de una mano de nieve, que tenía la apariencia de un lirio desmayado y el palpitar de un ave en la agonía. Y sucedió que un día, aquella mano suave de palidez de cirio, de languidez de lirio, de palpitar de ave, se acercó tanto a la prisión del beso, que ya no pudo más el pobre preso y se escapó; mas, con voluble giro, huyó la mano hasta el confín lejano, y el beso que volaba tras la mano, rompiendo el aire, se volvió suspiro.
Como en el fondo de la vieja gruta, perdida en el riñón de la montaña, desde hace siglos, silenciosamente, cae una gota de agua, aquí, en mi corazón oscuro y solo, en lo más escondido de la entraña, oigo caer, desde hace mucho tiempo,
Era un cautivo beso enamorado de una mano de nieve, que tenía la apariencia de un lirio desmayado y el palpitar de un ave en la agonía. Y sucedió que un día, aquella mano suave de palidez de cirio, de languidez de lirio, de palpitar de ave,
Y fueron de la tarde las claras agonías: el sol, un gran escudo de bronce repujado, hundiéndose en los frisos del colosal nublado, dio formas y relieves a raras fantasías.
—Dolor: ¡qué callado vienes! ¿Serás el mismo que un día se fue y me dejó en rehenes un joyel de poesía? ¿Por qué la queja retienes? ¿ Por qué tu melancolía no trae ornadas las sienes de rosas de Alejandría?
Miré, airado, tus ojos, cual mira agua un sediento mordí tus labios como muerde un reptil la flor; posé mi boca inquieta, como un pájaro hambriento, en tus desnudas formas ya trémulas de amor.
Bien está: me río porque es una forma de pudor la risa; pero muy adentro, muy solo, muy mío, un pesar cansado se me vuelve hastío y un último anhelo se me extingue aprisa. Mas no me contemples tan sólo la cara; acerca a mi espíritu —que es vaso pequeño—
Yo estaba entre tus brazos. y repentinamente, no sé cómo, en un ángulo de la alcoba sombría, el aire se hizo cuerpo, tomó forma doliente, y era como un callado fantasma que veía.