Bien está: me río
porque es una forma de pudor la risa;
pero muy adentro, muy solo, muy mío,
un pesar cansado se me vuelve hastío
y un último anhelo se me extingue aprisa.
Mas no me contemples tan sólo la cara;
acerca a mi espíritu —que es vaso pequeño—
tu vida, radiante de júbilo, para
gustar de la gota de miel de un ensueño.
Del juvenil cántico,
un eco remoto queda todavía
en tal cual epigrama romántico,
y en una que otra sutil ironía.
Hace tiempo adquirí la destreza
de ser frívolo. Ve mi alegría:
¿que de cuando en cuando sale la tristeza
en un gesto ambiguo de melancolía?
Vivo y basta. Muerdo los frutos amargos
de mi otoño, anuncio de un vecino invierno;
para mi fastidio los días son largos,
ásperas las piedras, y el camino, eterno.
¡Bah! ¡No importa! Deja que alumbre mi paso
una intermitente luz de poesía;
yo voy como todos, sin rumbo, al acaso...
Bebe, y no preguntes si hay hiel en el vaso:
¡Déjame que ría!