Por una de esas raras reflexiones de la luz, que los físicos explicarán llenando de fórmulas un libro... Mirándome las manos ¿cómo hacen los enfermeros de continuo? Veo en la faceta de un diamante, en una faceta del diamante de mi anillo, reflejarse tu cara, mientras piensas que divago o medito o sueño... He descubierto, por azar, este medio tan sencillo de verte y ver tu corazón, que es otro diamante puro y limpio. Cuando me muera, déjame en el dedo este anillo.
II
Estoy muy mal... Sonrío porque el desprecio del dolor me asiste, porque aún miro lo bello en torno mío y... por lo triste que es el estar triste. Pero ya la fontana del sentimiento mana tan lenta y silenciosa, que su canto, sonoro, otrora, como risa, es llanto.
III
Guardo, entre mis tesoros de cordura, la nostalgia febril de la locura, como gaje de ayer... para un mañana que no ha de venir ya.
Mustia flor, que me recuerda la lozana primavera y la risa entre la grana de los labios... Fontana de ternura que se ha secado ya.
Y así, no es en mí el canto, sino el cuento ¿qué «ayer» nos da tan sólo el argumento?; y la canción es cosa para el día, que ha declinado ya.
Ha llenado la noche el alma mía y la sombra ha ahuyentado a la poesía... Porque ya el día suspirado siento que no amanecerá.
Ven, reina de los besos, flor de la orgía, amante sin amores, sonrisa loca... Ven, que yo sé la pena de tu alegría y el rezo de amargura que hay en tu boca.
¡Qué bonita es la princesa! ¡qué traviesa! ¡qué bonita la princesa pequeñita de los cuadros de Watteau! Yo la miro, ¡yo la admiro, yo la adoro! Si suspira, yo suspiro; si ella llora, también lloro; si ella ríe, río yo.
Morir es... Una flor hay, en el sueño -que, al despertar, no está ya en nuestras manos-, de aromas y colores imposibles... Y un día sin aurora la cortamos.
Yo, poeta decadente, español del siglo veinte, que los toros he elogiado, y cantado las golfas y el aguardiente..., y la noche de Madrid, y los rincones impuros, y los vicios más oscuros de estos bisnietos del Cid: de tanta canallería
Largas tardes campestres; alamedas rosadas; aire delgado que el aroma apenas sostiene de la acacia; huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, azul de la montaña... Esquilas del arambre y balido, sin fin, de la majada, en el silencio claro...