De un sol que brilla y no arde la última lumbre serena... Una campana que suena en el palor de la tarde... De una ovejuela cobarde el anheloso balar... Y una moza del lugar que oye charlar a la fuente, con el pensamiento ausente y el cántaro sin llenar.
La noche viene pausada las mismas sendas borrando por donde va dilatando su fresca sombra callada... La campiña y la enramada los marjales y el vergel cubre ya el negro mantel que solo el alba les quita... ¡La noche viene, mocita! ¡La noche viene... y no él!
Torna la niña al aldea... La fuente sigue charlando y la muchacha escuchando su corazón que golpea... En la plaza cuchichea al verla pasar, la gente. Y ella cruza indiferente, sonámbula muda y grave... Pero ahora la moza sabe lo que decía la fuente.
Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. Unos ojos de hastío y una boca de sed... Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... Calaveradas, amoríos... Nada grave, Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía...
Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco.
Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español.
¡Oh, el sotto voce balbuciente, oscuro, de la primer lujuria!... ¡Oh, la delicia del beso adolescente, casi puro!... ¡Oh, el no saber de la primer caricia!...