De un sol que brilla y no arde la última lumbre serena... Una campana que suena en el palor de la tarde... De una ovejuela cobarde el anheloso balar... Y una moza del lugar que oye charlar a la fuente, con el pensamiento ausente y el cántaro sin llenar.
La noche viene pausada las mismas sendas borrando por donde va dilatando su fresca sombra callada... La campiña y la enramada los marjales y el vergel cubre ya el negro mantel que solo el alba les quita... ¡La noche viene, mocita! ¡La noche viene... y no él!
Torna la niña al aldea... La fuente sigue charlando y la muchacha escuchando su corazón que golpea... En la plaza cuchichea al verla pasar, la gente. Y ella cruza indiferente, sonámbula muda y grave... Pero ahora la moza sabe lo que decía la fuente.
Morir es... Una flor hay, en el sueño -que, al despertar, no está ya en nuestras manos-, de aromas y colores imposibles... Y un día sin aurora la cortamos.
¡Qué bonita es la princesa! ¡qué traviesa! ¡qué bonita la princesa pequeñita de los cuadros de Watteau! Yo la miro, ¡yo la admiro, yo la adoro! Si suspira, yo suspiro; si ella llora, también lloro; si ella ríe, río yo.
Yo, poeta decadente, español del siglo veinte, que los toros he elogiado, y cantado las golfas y el aguardiente..., y la noche de Madrid, y los rincones impuros, y los vicios más oscuros de estos bisnietos del Cid: de tanta canallería
Largas tardes campestres; alamedas rosadas; aire delgado que el aroma apenas sostiene de la acacia; huerto, pinar... Llanuras de oro viejo, azul de la montaña... Esquilas del arambre y balido, sin fin, de la majada, en el silencio claro...
Ven, reina de los besos, flor de la orgía, amante sin amores, sonrisa loca... Ven, que yo sé la pena de tu alegría y el rezo de amargura que hay en tu boca.