Y, con todo, ya veis, no tengo miedo. Lo tuve, sí, lo tuve cuando era la luna un círculo de luz helada, el agua una llamada irresistible, los árboles un grito monstruoso de la tierra, y mis manos un extraño temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta a mis propias pisadas, que no evitan tropezar con los huesos esparcidos de la desolación que me rodea. Estoy casi contenta de irme lejos, acarreo abundancias abusivas, enseres inservibles, semilleros que tienen que brotar por el camino... El miedo era un hermano muy pequeño que había que cuidar de que pudiera caerse y añadirse hasta volverse un pánico feroz, era una leve suavísima ternura, tan querida, que había que cubrir hasta asfixiarla para que no creciese más. (Su muerte se duerme aquí en la mía de algún modo). No tengo miedo, y por lograr ahora la paz, me voy sin él. (Dadle una tierra benigna a su cadáver, casi el mío). Ya veis, por no tener, ya ni siquiera tengo a mi amor de siempre, al pobre miedo que tan fiel compañía dio a mi vida.
Las guisabas con mimo, las amabas, porque tenían que ponemos fuerza en la sangre. Su hierro la querías para así apuntalamos y que entonces pudiéramos erguir algo de vida.
Nuestra niñez no ha sido protegida por canciones de nácar, por símbolos de azúcar inefable o guirnaldas de estaño. Nuestra infancia sabía a hierba amarga, a guerra fratricida, sin fábulas azules ni leyendas. Enseguida supimos que la vida
Y, con todo, ya veis, no tengo miedo. Lo tuve, sí, lo tuve cuando era la luna un círculo de luz helada, el agua una llamada irresistible, los árboles un grito monstruoso de la tierra, y mis manos un extraño temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta