Las guisabas con mimo, las amabas, porque tenían que ponemos fuerza en la sangre. Su hierro la querías para así apuntalamos y que entonces pudiéramos erguir algo de vida.
Nuestra niñez no ha sido protegida por canciones de nácar, por símbolos de azúcar inefable o guirnaldas de estaño. Nuestra infancia sabía a hierba amarga, a guerra fratricida, sin fábulas azules ni leyendas. Enseguida supimos que la vida
Y, con todo, ya veis, no tengo miedo. Lo tuve, sí, lo tuve cuando era la luna un círculo de luz helada, el agua una llamada irresistible, los árboles un grito monstruoso de la tierra, y mis manos un extraño temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta