Las guisabas con mimo, las amabas, porque tenían que ponemos fuerza en la sangre. Su hierro la querías para así apuntalamos y que entonces pudiéramos erguir algo de vida.
Hasta laurel llevabas, todo aroma, a la gran reunión, a la asamblea. El fuego, buen amigo de tus manos, obediente y pequeño, le embestía a tu otra amiga, su enemiga, el agua.
Era tu guerra chica interminable en el frente que urdías con el rito diario, de enfrentar dos elementos a combatir furiosos por nosotros. Era aquella tu España diminuta.
Las lentejas cocían tu esperanza, nuestro futuro tierno, nuestra historia. Erguían estatura al aire, daban voracidad de dientes, daban rabia de paladar. y alegría de estar vivos.
Lentejas con laurel y lo que hubiera. Crecíamos. El humo y el aroma venían de tus manos, hueso ahora, madres del hueso articulado mío.
Las guisabas con mimo, las amabas, porque tenían que ponemos fuerza en la sangre. Su hierro la querías para así apuntalamos y que entonces pudiéramos erguir algo de vida.
Nuestra niñez no ha sido protegida por canciones de nácar, por símbolos de azúcar inefable o guirnaldas de estaño. Nuestra infancia sabía a hierba amarga, a guerra fratricida, sin fábulas azules ni leyendas. Enseguida supimos que la vida
Y, con todo, ya veis, no tengo miedo. Lo tuve, sí, lo tuve cuando era la luna un círculo de luz helada, el agua una llamada irresistible, los árboles un grito monstruoso de la tierra, y mis manos un extraño temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta