Eva, de María Elena Walsh | Poema

    Poema en español
    Eva

       I 


    Calle Florida, túnel de flores podridas. 
    Y el pobrerío se quedo sin madre 
    llorando entre faroles sin crespones. 
    Llorando en cueros, para siempre, solos. 

    Sombríos machos de corbata negra 
    sufrían rencorosos por decreto 
    y el órgano por Radio del Estado 
    hizo durar a Dios un mes o dos. 

    Buenos Aires de niebla y de silencio. 
    El Barrio Norte tras las celosías 
    encargaba a Paris rayos de sol. 
    La cola interminable para verla 
    y los que maldecían por si acaso 
    no vayan esos cabecitas negras 
    a bienaventurar a una cualquiera. 

    Flores podridas para Cleopatra. 
    Y los grasitas con el corazón rajado, 
    rajado en serio. Huérfanos. Silencio. 
    Calles de invierno donde nadie pregona 
    El Líder, Democracia, La Razón. 
    Y Antonio Tormo calla 'amémonos'. 

    Un vendaval de luto obligatorio. 
    Escarapelas con coágulos negros. 
    El siglo nunca vio muerte mas muerte. 
    Pobrecitos rubíes, esmeraldas, 
    visones ofrendados por el pueblo, 
    sandalias de oro, sedas virreinales, 
    vacías, arrumbadas en la noche. 
    Y el odio entre paréntesis, rumiando 
    venganza en sótanos y con picana. 

    Y el amor y el dolor que eran de veras 
    gimiendo en el cordón de la vereda. 
    Lágrimas enjuagadas con harapos, 
    Madrecita de los Desamparados. 
    Silencio, que hasta el tango se murió. 
    Orden de arriba y lagrimas de abajo. 
    En plena juventud. No somos nada. 
    No somos nada mas que un gran castigo. 
    Se pintó la República de negro 
    mientras te maquillaban y enlodaban. 
    En los altares populares, santa. 
    Hiena de hielo para los gorilas 
    pero eso sí, solísima en la muerte. 
    Y el pueblo que lloraba para siempre 
    sin prever tu atroz peregrinaje. 
    Con mis ojos la vi, no me vendieron 
    esta leyenda, ni me la robaron. 

    Días de julio del 52 
    ¿Qué importa donde estaba yo? 



       II 


    No descanses en paz, alza los brazos 
    no para el día del renunciamiento 
    sino para juntarte a las mujeres 
    con tu bandera redentora 
    lavada en pólvora, resucitando. 

    No sé quién fuiste, pero te jugaste. 
    Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, 
    metiste a las mujeres en la historia 
    de prepo, arrebatando los micrófonos, 
    repartiendo venganzas y limosnas. 
    Bruta como un diamante en un chiquero 
    ¿Quién va a tirarte la última piedra? 

    Quizás un día nos juntemos 
    para invocar tu insólito coraje. 
    Todas, las contreras, las idólatras, 
    las madres incesantes, las rameras, 
    las que te amaron, las que te maldijeron, 
    las que obedientes tiran hijos 
    a la basura de la guerra, todas 
    las que ahora en el mundo fraternizan 
    sublevándose contra la aniquilación. 

    Cuando los buitres te dejen tranquila 
    y huyas de las estampas y el ultraje 
    empezaremos a saber quién fuiste. 
    Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, 
    única reina que tuvimos, loca 
    que arrebató el poder a los soldados. 

    Cuando juntas las reas y las monjas 
    y las violadas en los teleteatros 
    y las que callan pero no consienten 
    arrebatemos la liberación 
    para no naufragar en espejitos 
    ni bañarnos para los ejecutivos. 
    Cuando hagamos escándalo y justicia 
    el tiempo habrá pasado en limpio 
    tu prepotencia y tu martirio, hermana. 

    Tener agallas, como vos tuviste, 
    fanática, leal, desenfrenada 
    en el candor de la beneficencia 
    pero la única que se dio el lujo 
    de coronarse por los sumergidos. 
    Agallas para hacer de nuevo el mundo. 
    Tener agallas para gritar basta 
    aunque nos amordacen con cañones.