En una cajita de fósforos se pueden guardar muchas cosas.
Un rayo de sol, por ejemplo (pero hay que encerrarlo muy rápido, si no, se lo come la sombra) Un poco de copo de nieve, quizá una moneda de luna, botones del traje del viento, y mucho, muchísimo más.
Les voy a contar un secreto. En una cajita de fósforos yo tengo guardada un lagrima, y nadie, por suerte la ve. Es claro que ya no me sirve Es cierto que esta muy gastada.
Lo se, pero que voy a hacer tirarla me da mucha lastima
Tal vez las personas mayores no entiendan jamás de tesoros Basura, dirán, cachivaches no se porque juntan todo esto No importa, que ustedes y yo igual seguiremos guardando palitos, pelusas, botones, tachuelas, virutas de lápiz, carozos, tapitas, papeles, piolín, carreteles, trapitos, hilachas, cascotes y bichos.
En una cajita de fósforos se pueden guardar muchas cosas. Las cosas no tienen mamá.
Había una vez un señor todo de nieve. Se llamaba Don Fresquete. ¿Este señor blanco había caído de la luna? –No. ¿Se había escapado de una heladería? –No, no, no.
Alma sin el amor, ave dejada en los terrenos de la maravilla: cuando no haya más hojas y se acaben los días yo seguiré buscando tu luz recién nacida -alma sobre rebaños levantada- para hacer las mañanas de mi vida.
Calle Florida, túnel de flores podridas. Y el pobrerío se quedo sin madre llorando entre faroles sin crespones. Llorando en cueros, para siempre, solos.