A la cadena atada entre oro y olvido: la noche. Ambos quisieron prenderla. Ambos consintió en su hacer.
Pon, pon también ahora allí lo que quiere albear del crepúsculo junto a los días: la palabra sobrevolada de estrellas, sobrebañada de mar.
A cada uno la palabra. A cada uno la palabra que le cantó, cuando la jauría le atacó por la espalda - A cada uno la palabra que le cantó y quedó helada.
A ella, a la noche, lo sobrevolado de estrellas, lo sobrebañado de mar, a ella lo logrado al silencio, cuya sangre no cristalizó cuando el colmillo del veneno traspasó las sílabas.
A ella la palabra lograda al silencio.
Contra las otras que pronto, prostituidas por las orejas de los desolladores, también trepan por el tiempo y los tiempos, testimonia por último, por último, cuando sólo cadenas resuenan, testimonia por la que allí yace entre oro y olvido, hermana de ambos de siempre -
¿Pues dónde alborea, di, sino en ella, que en la cuenca de su río de lágrimas a los soles sumergiéndose la semilla muestra una y otra vez?
Cuando la Taciturna llegue y decapite los tulipanes, ¿Quién saldrá ganando? ¿Quién saldrá perdiendo? ¿Quién se asomará a la ventana? ¿Quién pronunciará primero su nombre?
Negra leche del alba la bebemos al atardecer la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche bebemos y bebemos cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
Maligna como palabra de oro esta noche comienza. Comemos las manzanas de los mudos. Hacemos un trabajo que bien puede dejarse a su fortuna; en pie permanecemos en el otoño de nuestros tilos, como rojas banderas pensativas, como abrasados huéspedes del Sur.