Maligna como palabra de oro esta noche comienza. Comemos las manzanas de los mudos. Hacemos un trabajo que bien puede dejarse a su fortuna; en pie permanecemos en el otoño de nuestros tilos, como rojas banderas pensativas, como abrasados huéspedes del Sur. Juramos por Cristo el Nuevo desposar el polvo con el polvo, el pájaro con el zapato vagabundo, el corazón con la escalera de agua... Hacemos ante el mundo los santos juramentos de la arena, juramos con gusto, juramos en voz alta desde los techos del sueño sin imágenes y agitamos la blanca cabellera del tiempo...
Ellos nos gritan: ¡Blasfemáis!
Desde hace tiempo lo sabemos. Desde hace tiempo lo sabemos: ¿qué importa? Vosotros moléis en los molinos de la muerte la blanca harina de la Promesa y la ofrecéis a nuestros hermanos y a nuestras hermanas.
Nosotros agitamos la blanca cabellera del tiempo.
Vosotros censuráis: ¡Blasfemáis! Lo sabemos de sobra, que venga sobre nosotros la culpa que venga sobre nosotros la culpa de todas las señales de peligro, que venga el mar burbujeante, el viento acorazado del retorno, el día de la medianoche, que venga lo que no ha sido todavía.
Cuando la Taciturna llegue y decapite los tulipanes, ¿Quién saldrá ganando? ¿Quién saldrá perdiendo? ¿Quién se asomará a la ventana? ¿Quién pronunciará primero su nombre?
Maligna como palabra de oro esta noche comienza. Comemos las manzanas de los mudos. Hacemos un trabajo que bien puede dejarse a su fortuna; en pie permanecemos en el otoño de nuestros tilos, como rojas banderas pensativas, como abrasados huéspedes del Sur.
Negra leche del alba la bebemos al atardecer la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche bebemos y bebemos cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe