Cristales empañados, de Rafael Guillén | Poema

    Poema en español
    Cristales empañados

    Se fue, no tan despacio que no hubiera 
    un desajuste tenue en la calima 
    del asfalto, y su falda 
    parecía más triste en el andar y hubo 
    como una duda, o tal vez no, y la acera 
    se fue estrechando al alejarse y, luego, 
    pareció, quizás fuera 
    su delgadez, sus hombros, que no iba, 
    que volvía a la infancia, y en la calle 
    apenas cabía el sol y mi mirada 
    y una música urbana que, tan joven, 
    surgió de un bar con soledad y miedo. 
    ¿Te veías tú, acaso, dime, como 
    si te pudieras ver, de espaldas, sola, 
    pegada a la pared, andando, yéndote? 

    Me fui. Recuerdo que el vacío 
    aquél era ya parte 
    de mí. Porque me estuve yendo 
    todo el tiempo que, arriba, la buhardilla, 
    cama deshecha, sábanas con restos 
    de calor, vasos, deja 
    ya de fumar, me estuve 
    dejando ir en no querer ser pasto 
    de ciudad, y las calles 
    y el ruido estaba en mí y tus ojos, habla, 
    ¿por qué te vas?, estaban 
    alrededor de mí; ser pasto 
    de ventanas cerradas, un quejido 
    o una sirena a media noche, esquinas 
    donde comprar la nada, el estallido 
    de la nada, acompáñame, me estuve 
    yendo de mí todo aquel tiempo tan hermoso. 

    Se fue y era de noche 
    en torno a su cintura y sus vaqueros 
    gastados. La bufanda, con su historia 
    ella también, entretejida, daba 
    una vuelta a la tibia 
    cadencia de su cuello y la seguía 
    a través de la lluvia y algún perro 
    y la insolente luz de los semáforos 
    poniendo en orden el desierto y, lejos, 
    la otra oscuridad, la que está hecha 
    de violencia y portales y mugrientas 
    escaleras. 

    Me fui de tanta prisa 
    por conocer, de tanto estar contigo, 
    de tanta juventud, frío empañando 
    los cristales, de tanto amor, la estufa, 
    libros y discos en desorden, altas 
    madrugadas del beso, tus preguntas, 
    café para el cansancio, las paredes, 
    tu pelo, el desconcierto de estar vivo. 

    Toda esta vida me sostiene ahora. 
    Todo este tiempo aquél que es lo que tengo, 
    lo único que tengo. Tanto irse, 
    tanto perder, tal desapego, 
    tanta sinceridad, tan armoniosa 
    desventura, tan sabio desvarío, 
    tal desesperación, tanta belleza.