Ella vendrá, saladamente húmeda, tenuemente velada por el polvo de agua que liberan las olas al romper.
Uno por uno, intento ir forzando los límites. Y espero. No sé que espero, ni por qué. Es un modo de reclamar mi parte de aventura.
Ella vendrá. Vendrá desde la noche. Como un débil galope que se acerca. Como el recuerdo de una risa. Como el eco de las voces que, otros tiempos, habitaron la casa abandonada. Ella vendrá. Yo creo en el misterio.
La fe en lo transparente, en lo que existe alrededor de la materia; el vago presentimiento ilógico; el deseo me salvará. Yo creo en la otra mitad de lo visible.
Ella vendrá, saliendo del espejo. Sonriendo desde un retrato antiguo. Será un leve crujido en la escalera, el ruido de unos pasos por el techo, una cortina que se mueve, un vaso de cristal que se rompe sin tocarlo.
Ella vendrá, como una paz lejana. Vendrá como un aroma de vaguadas y montes, cabalgando a lomos de la tarde. Ella vendrá al final, no sé por dónde; tal vez por el atajo de alguna dimensión desconocida.
Ser hombre es resistirse. Ser hombre es cometer, conscientemente, un pecado de lesa desmesura. Ser hombre es ser testigo de lo absurdo.
Ella vendrá, engarzada en una chispa de pedernal. Abriendo paso al rayo. Deslumbrante en la proa de una infinita luz que se aproxima.
Se fue, no tan despacio que no hubiera un desajuste tenue en la calima del asfalto, y su falda parecía más triste en el andar y hubo como una duda, o tal vez no, y la acera se fue estrechando al alejarse y, luego, pareció, quizás fuera
Tu voz. Sólo tu tibia y sinuosa voz de leche. Sólo un aliento gutural, silbante, modulado entre carne, tiernamente modulado entre almohadas de incontenible pasmo, bordeando las simas del gemido, del estertor acaso.