Mas ¿qué nube es aquella que, elevada,
llena de luz, por el oriente asoma,
virgen que viene en su pudor velada,
temprana flor con su primer aroma?
¿Quién la que en tronos de zafir sentada,
blanca, pura y sin hiel, dulce paloma,
desciende hacia la tierra en raudo vuelo,
abandonando por la tierra el cielo?
¡Es ella! ¡Una mujer! Fuente de vida,
diosa inmortal de pensamiento altivo,
del seno de los ángeles venida
para librar mi corazón cautivo:
es fruto de verdad, fuente querida
de quien mi libre inspiración recibo;
es la que, madre de las madres, lleva,
¡nombre de bendición!, el nombre de Eva.
Como las auras del abril, liviana;
como la luz del sol, fuerte y hermosa,
es ella de quien dicen flor temprana,
fuente sellada, estrella misteriosa:
su rostro del color de la mañana,
suelta la blanda cabellera undosa,
la palabra suave, el paso leve
que a su ligero andar las flores mueve.
Mas hay en su mirada una tristeza
de inefable amantísimo delirio,
que aumenta el resplandor de su belleza,
la llama santa de un feliz martirio,
¡oh pura fuente de inmortal limpieza,
sobre las ondas desmayado lirio!
¡Oh cuán amada por tus penas eres,
mujer en quien esperan las mujeres!