Todos poseen un límite: cada uno Tiene un matiz de daño muy distinto. La élite Es capaz de arreglarse por sí misma, Caminar apoyada en un bastón, Leer completo un libro, interpretar Movimientos de fáciles sonatas. (Pero acaso la libertad carnal Es el veneno del espíritu: Conscientes de lo que ha sucedido y el porqué Abominan su tristeza sin lágrimas. ) Luego vienen los de silla de ruedas, el promedio Que soporta la tele Y guiado por amables terapeutas Canta en comunidad. Después los solitarios que musitan Palabras en el limbo, y al final Los que ya son del todo incompetentes Y como una parodia de las plantas (Ellas pueden sudar sin ensuciarse). No obstante, hay algo que los une: Todos aparecieron cuando el mundo, A pesar de sus males, Era más habitable y más vistoso Y los viejos tenían auditorio Y un lugar en la tierra. (El niño reprendido por su madre Podía refugiarse con la abuela para ser consolado Y escuchar algún cuento. ) Hoy ya todos sabemos qué esperar, Mas su generación es la primera Que se ha desvanecido de este modo: No en casa sino asignada a un pabellón, arrojada Como se arrumban fardos indeseables.
Mientras voy en el Metro para estar Media hora con una del asilo, Recuerdo quién fue ella en su esplendor. Entonces visitarla era un orgullo Y no una caridad. ¿Seré tan frío como para esperar Un somnífero rápido, indoloro; O bien para rogar, como ella ruega, Que Dios o la naturaleza precipiten Su función terrenal?
Todos poseen un límite: cada uno Tiene un matiz de daño muy distinto. La élite Es capaz de arreglarse por sí misma, Caminar apoyada en un bastón, Leer completo un libro, interpretar Movimientos de fáciles sonatas. (Pero acaso la libertad carnal
Desvelado, yací en los brazos de mi propio calor y escuché una tormenta que paladeaba su condición de tormenta en la oscuridad invernal hasta que mi oído, como ocurre cuando estoy medio dormido o medio sobrio, se afanó en desentrañar ese alboroto exclamativo,
Salta antes de mirar La sensación de peligro no debe desaparecer: el camino es sin duda tan breve como escarpado, por muy paulatino que parezca desde aquí; mira si quieres, pero tendrás que saltar.
Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono, Eviten que el perro ladre dándole un hueso jugoso, Silencien los pianos, y con un apagado timbal, Saquen el ataúd, dejen pasar a los deudos.