Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono, Eviten que el perro ladre dándole un hueso jugoso, Silencien los pianos, y con un apagado timbal, Saquen el ataúd, dejen pasar a los deudos.
Que los aviones nos sobrevuelen en círculos luctuosos garabateando en el cielo el mensaje Él ha muerto, Pongan un crespón alrededor de los cuellos blancos de las palomas, Que los policías de tráfico usen guantes negros de algodón.
Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste, Mi semana de trabajo y mi descanso dominical, Mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción; Creí que el amor sería eterno, pero me equivoqué.
Ya no deseo las estrellas: apáguenlas todas; Llévense la luna y desmantelen el sol; Vacíen el océano y talen los bosques, Porque ya nada puede volver a ser como antes.
Todos poseen un límite: cada uno Tiene un matiz de daño muy distinto. La élite Es capaz de arreglarse por sí misma, Caminar apoyada en un bastón, Leer completo un libro, interpretar Movimientos de fáciles sonatas. (Pero acaso la libertad carnal
Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono, Eviten que el perro ladre dándole un hueso jugoso, Silencien los pianos, y con un apagado timbal, Saquen el ataúd, dejen pasar a los deudos.
Desvelado, yací en los brazos de mi propio calor y escuché una tormenta que paladeaba su condición de tormenta en la oscuridad invernal hasta que mi oído, como ocurre cuando estoy medio dormido o medio sobrio, se afanó en desentrañar ese alboroto exclamativo,
Salta antes de mirar La sensación de peligro no debe desaparecer: el camino es sin duda tan breve como escarpado, por muy paulatino que parezca desde aquí; mira si quieres, pero tendrás que saltar.