La ley como el amor, de Wystan Hugh Auden | Poema

    Poema en español
    La ley como el amor

    La Ley, dicen los jardineros, es el sol, 
    la Ley es aquello 
    que todos los jardineros obedecen 
    mañana, ayer, hoy. 

    La Leyes la sabiduría de los viejos, 
    rezongan lánguidos los abuelos impotentes; 
    los nietos sacan una lengua atiplada, 
    la Ley es la razón de la juventud. 

    La Ley, dice el sacerdote con mirada piadosa, 
    explicándose ante una congregación impía, 
    la Leyes las palabras en mi piadoso libro, 
    la Ley es mi púlpito y mi campanario. 
    La Ley, dice el juez con su mirada de menosprecio, 
    hablando con claridad y suma dureza, 
    la Ley es como ya os dije, 
    la Ley es como, supongo, sabéis es 
    la Ley, pero dejadme que os lo explique otra vez, 
    la Ley es La Ley. 

    Sin embargo, los eruditos cumplidores de la ley escriben: 
    la Ley no acierta ni se equivoca, 
    la Ley no es más que crímenes 
    castigados por lugares y épocas, 
    la Ley es la ropa que llevan los hombres 
    en cualquier momento, en cualquier lugar, 
    la ley es Buenos Días y Buenas Noches. 

    Otros dicen, la Ley es nuestro Destino; 
    otros dicen, la Leyes nuestro Estado; 
    otros dicen, otros dicen 
    la Ley ya no existe, 
    la Ley ha desaparecido. 

    Y siempre la muchedumbre furiosa y vociferante, 
    muy furiosa y muy vociferante, 
    la Ley somos nosotros, 
    y siempre el débil idiota débilmente Yo. 

    Si nosotros, cariño, sabemos que no sabemos más 
    que ellos sobre la Ley, 
    si yo no sé más que tú 
    qué deberíamos y no deberíamos hacer 
    salvo que todos aceptamos 
    de buen grado o por fuerza 
    que la Ley es 
    y que todos lo sabemos, 
    si por tanto pensando que es absurdo 
    identificar la Ley con otra palabra, 
    a diferencia de tantos hombres 
    no puedo decir que la Ley es otra vez, 
    no más que ellos podemos sofocar 
    el deseo universal de descubrir 
    o zafarnos de nuestra propia situación 
    hacia una condición indiferente. 

    Aunque al menos puedo limitar 
    tu vanidad y la mía 
    a expresar tímidamente 
    una tímida similitud, 
    alardearemos de todos modos: 
    como el amor, digo yo. 

    Como el amor que no sabemos dónde o por qué, 
    como el amor que no podemos imponer ni abandonar, 
    como el amor que a menudo lloramos, 
    como el amor que rara vez conservamos.