Desnudo y empalmado. En la apacible noche veraniega. Mantengo el equilibrio sobre la baranda. Me sujeto al toldo con brazos tensos.
Impulso el fluido filtrado, inocuo y salado, maloliente y cálido, hacia arriba. En un ángulo de 45º por lo menos. Primero, ENERGíA. Potencia suficiente como para empapar las nubes. La meada se curva más allá. Al cabo, pierde fuerza y altura. Se desfragmenta, se descompone. El aire la bate como un tenedor.
Algunas gotas emigran. El resto cae al unísono, vertiginosamente, varios pisos. Se cuela por las grietas del pavimento. Arrastra piedrecitas, pelusa, porquería. Fluye calle abajo.
Me pregunto dónde desembocará. Me pregunto dónde desembocaré.
El jefe jefazo tiene cara de mala hostia. Lleva el pelo de oreja a oreja, como lamido por un choto. Camisa azul, por dentro del pantalón, como sujeción para su barriga colgandera.
Te dicen que abras un blog. Que pienses en el lector medio. Que te asocies con una editorial online. Que compres el servicio de maquetación y de diseño de cubierta. Que spamees a tus contactos del Facebook. Que se lo cuentes al vecino.
La chusta humea a pocos metros, junto a la mierda fresca de un perro-patada. A. debe de estar al caer. Nos recogerá en un C4 rojo con corazones pintados en los empañados cristales. Ya habrá dejado a su satisfecha novia en casa. (Más me vale).