En el patio en que alza su azul la lavandera, un molino trabaja con tan loca alegría, que se abren las hojas cerradas de la higuera, se tornasola un pato y un pajarillo pía.
Ladrillos desiguales, fragmentos de papeles, el traspatio es el último refugio del hogar. El que absorbe las migas duras de los manteles, las miradas perdidas, las ganas de llorar.
Tenía aquel huerto muy altas las tapias muy llenas de broza y escajos las bardas, y todos sabíamos que detrás estaba mi abuelo, el Civil, como lo llamaban, las trentes al hombro, ceñuda la cara, en torno a sus árboles:
Piernas de vagabundo, corazón de mendigo, marcho por lsa tinieblas a la merced del viento. Me estoy quedando, amigos, casi sin un amigo, pero no sé encender la luz de mi aposento.
Acúsome de haber hecho por mi vida y por mi arte poca cosa de mi parte y que no estoy satisfecho. Porque si ardía en mi pecho hoguera de inspiración, ansia de dominación, no debí darme vagar... La corriente fue soñar