¿Vergüenza de qué? Cuando uno ha cumplido condena,
si lo dejan salir, es porque es como todos
y en las calles hay gente que estuvo en presidio.
De la mañana a la noche callejeamos por las avenidas
y nos da lo mismo que llueva o luzca el sol.
Es un placer encontrar a la gente que habla en las avenidas
y hablar solos, abordando muchachas a achuchones.
Es un placer silbar en los portales esperando muchachas
y abrazarlas por la calle y llevarlas al cine
y fumar a escondidas, recostados en rodillas hermosas.
Es un placer hablar con ellas, palpando y riendo,
y de noche en la cama, sintiendo lanzarse al cuello
dos brazos que quieren tendernos, pensar en la mañana
en que dejaremos de nuevo la cárcel al frescor del sol.
Callejear borrachos de la mañana a la noche
y mirar, riendo, transeúntes que pasan
y que disfrutan todos -incluso los feos- al sentirse en la calle.
Cantar borrachos de la mañana a la noche
y encontrar borrachos y trabar conversación
que dure largo tiempo y nos provoque sed.
A estos individuos que van hablando para sus adentros
por la noche los queremos con nosotros, encerrados
en lo más recóndito de la tasca,
y acompañarles con nuestra guitarra
que brinca borracha y no está ya encerrada,
pues abre de par en par las puertas, resonando en el aire
ya lluevan fuera estrellas o agua. No importa si a esa hora
ya no tienen las avenidas hermosas muchachas paseando:
encontraremos al borracho que ríe solo
porque también esta noche salió él de la cárcel
y con él, alborotando y cantando, veremos amanecer.